David Quiroa
Escritor invitado
Hace un par de semanas, uno de mis clientes celebraba su éxito ante su competencia preguntándome: “¿Cómo puedo ser mejor?”
La respuesta cajonera habría sido “ya eres mejor que tu competencia, ¿qué más quieres?”. Pero he aprendido a cerrar la boca suficiente tiempo para masticar mis palabras, sólo asentí y pensé “vamos a ver cómo lo averiguamos”.
Hoy precisamente sale al campo una primera encuesta preguntándole a los consumidores qué más quisieran de mi cliente.
Siempre me he opuesto a estas preguntas en una encuesta porque el resultado es “la lista de Santa Claus” y casi nunca se puede satisfacer las exigencias que nos piden. Sin embargo esta vez es diferente. Porque mi cliente no anda buscando ser “mejor que” su competencia. Eso ya lo es. Quiere ser “mejor”.
Con esas vueltas tan agradables que el Señor le da a la vida, esta vez fue un mercadólogo quien me dio una lección de teología. Nuestro camino a la santidad no viene de ser “mejor que” alguien más. Eso es fácil: Siempre habrá alguien peor que nosotros. Y también es frustrante: Siempre habrá alguien mejor que nosotros. El camino a la santidad es ser mejor y punto.
San Josemaría Escrivá lo veía muy claro: allí donde estás, cavando zanjas, programando robots o lanzando encuestas online puedes ser mejor. ¿Mejor que quien? Mejor. Ni siquiera digas “mejor que tu mismo”. Incluso eso es vano y frustrante. Mejor y punto. Deja a un lado las comparaciones y piensa en ser mejor.
En el marketing muy pocas personas piensan en ser mejores. Todos piensan en ser “mejor que” alguien más. El posicionamiento, la competitividad y los rankings nos han llevado allí. Y está bien, es una forma de medirte y saber si vas por buen camino. Pero no es suficiente ni es la única forma. Tu pregunta debe ser “¿Puedo hacer un mejor empaque?” “¿Puedo hacer un mejor diseño?” “¿Puedo hacer un mejor producto, distribuir mejor, tratar mejor a mi gente, entenderme mejor que mi cliente?”
Es curioso. A veces el único que te compara con tu competencia eres tu mismo. Cuando eres el líder de tu mercado, muchos de tus consumidores no tienen punto de comparación y solo te agradecen cuando mejoras algo. Dios tampoco te compara. Jesús jamás dijo “el mejor de mis discípulos es éste”. Incluso nos propuso un acertijo diciendo “entre los nacidos de mujer nadie es más grande que Juan y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él” (Mt 11,11).
La próxima vez que te sientes a pensar tus estrategias de mercado o te detengas a orar, deja a un lado tu competencia y solo piensa ¿cómo puedo ser mejor?