Federico Ahuchain
Escritor invitado
Todos los publicistas, escritores y periodistas sabemos que el titular es muchas veces el 99% de nuestro éxito o fracaso a la hora de llamar la atención de nuestra audiencia. Eso muchas veces nos hace caer en la exageración… en este caso el titular es bien real.
Hoy en día ser comunicador masivo es uno de los trabajos más peligrosos del mundo. Peligroso para la sociedad y para nosotros mismos.
Un joven que entra en una oficina a hacer avisos sin saber nada de la vida (más que lo que busca en google), tiene el poder de influir en la cultura y la sociedad más que muchos talentosos y prestigiosos artistas. Peligro para la sociedad.
Sin embargo, con el correr de los meses esto parece ser notado por él, quizás porque algunos de los mayores se lo empiezan a hacer notar en la oficina.
Ahí, justo en el momento que se da cuenta del gran poder y responsabilidad que tiene… ese joven empieza a convertir a su trabajo en algo muy peligroso, pero para él mismo.
Empieza a dedicarle demasiadas horas para intentar hacerlo bien. Mejor que bien.
Empieza a tomarse más en serio cada trabajo. Empieza a tratar de acercársele a gente que lleva más tiempo haciéndolo. Le cuesta.
Después se da cuenta que ya se enamoró de lo que hace. Que nada es más importante que su trabajo. Se junta con sus amigos del colegio y empieza a sentir que todos le aburren. Poco a poco, se va quedando solo. Sus amistades pasan a ser en exclusiva los compañeros de la oficina.
De pronto, se ve trabajando sin parar. Un par de noches no llega a dormir a la casa y sigue de largo. Pero le gusta. Se siente más orgulloso del resultado de su trabajo cuanto más le cuesta. Cuanto más amor propio le pone a cada cosa que hace, más se siente completo. ¿Feliz? Nunca. El camino de la obsesión comienza.
Quizás cambia de país, luego de continente. Deja todo atrás; hermanos, padres. Todo sin pensarlo demasiado, todo sin mucha más certezas que esa sensación de que está a punto de hacer algo grande.
Se enamora, pero de alguien tan demente como él… tiene un par de hijos que heredan esa obsesión por generar cosas únicas, promoverlas y volver a empezar. Así, encuentra una especie de contención y estabilidad.
Sin embargo, su trabajo sigue siendo peligroso. El más peligroso del mundo. El tiempo que le dedica le genera problemas en el hogar. Pero sigue. Es como enchilarse… uno no puede dejar de hacerlo una y otra vez. El picante y el trabajo creativo generan sustancias similares a la serotonina por lo que se vuelven básicamente: una adicción.
¿Difícil de entender? Si.
Sin embargo, es así. Así me pasó a mi en estos últimos veinte años. Así le está pasando a Chepe, el creativo que acaba de entrar a trabajar en mi estudio.
Nos encanta el picante. Vivimos por nuestras ideas. Somos comunicadores masivos y sabemos la responsabilidad que conlleva. Amamos lo que hacemos. Nuestro trabajo nos define. Por eso, no confundimos nuestra dignidad con nuestra mediocridad.
Tenemos el trabajo más peligroso del mundo.
Tenemos el trabajo más excitante del mundo.