Helena Galindo
Presidenta Comunidad
En aquel entonces no estaba consciente de que había conseguido mi primer trabajo en una de las agencias de publicidad más importantes de la época. Era muy joven, tanto que tuve que sostener una mentira mientras cumplía 18 años y tramitaba mi primer cédula de vecindad. Resultaba difícil discernir la vida estudiantil de la formalidad que requiere un empleo. Para mi buena suerte, Comunica era un lugar que atraía al talento joven. El ambiente era fresco, se respiraba compañerismo y buena energía. Eso no significaba que la exigencia no fuera alta. Llegábamos tarde, pero salíamos muchas veces de madrugada. Nadie nos obligaba más que nuestra propia búsqueda por la idea perfecta, el bendito peloteo que se armaba entre bromas y carcajadas. Chilolo nos inculcó el valor de la excelencia en el trabajo. Se vivía la filosofía de Leo Burnett, quien sentenciaba que primero era el ser humano, que si se cuidaban las ideas, las finanzas se cuidarían solas. Empecé como secretaria de Lucía, mi querida Lucia; salí varios años más tarde con la seguridad de que podía comerme al mundo, porque Comunica era además una universidad liderada por grandes seres humanos. El gran jefe era prácticamente una leyenda. Hombre de pocas palabras pero grandes acciones. Recuerdo que cruzarse con Isidoro en las gradas era un momento peculiar y a la vez importante, saludaba casi en silencio. Como dijo mi amigo Alex, era tan serio que cuando lo hacías sonreír no cabía ninguna duda de que era una sonrisa sincera. Tenía apariencia de ser frío, sin embargo, a su manera prodigó confianza y cariño, delegaba y te proveía de la seguridad que te hacía crecer. Mirándome a los ojos me dijo muchas veces que entendía mis circunstancias, me dio apoyo cuando lo necesitaba y me motivó a volar sola. Tengo tantas memorias que se me vienen a la mente. Isidoro, tan formal en la oficina, era un cálido anfitrión en las múltiples fechas conmemorativas que terminaban en su casa en la playa, la de la ciudad o en aquel lindo paraje frente al lago de Amatitán. Disfraces, concursos, premios… pero sobre todo ocurrencias, risas y amistades que se fueron construyendo a lo largo de los años y que se mantienen vivas al día de hoy, con un común denominador: el respeto a Chilolo. Forjador de grandes talentos, muchos de los cuales han construido una sólida carrera en la publicidad y comunicación. Sería insensato hablar de Isidoro sin mencionar otros nombres: Lucía, Vicky, Hugo, Alex, mi hermano y socio Wicho, Josho, Ramiro, Alvarito, Abner, Roberto, Monica, Chepa, Silva, Rafita, Rolando, Gaby, Ana, Claudia, Javito, Sergio, Ale, Maquito, Margarita, Elke, el Primo, Nancy, Quique. No me alcanzaría la columna para nombrar a todos, sírvanse disculpar. Trascendió Chilolo, dejando en nuestra vida una huella imborrable. Su legado consiste en haber inculcado el valor del trabajo y la integridad, pero sobre todo la dedicación y amor por la familia. Cada uno de sus hijos será el mejor testimonio de su legado. Imposible no leer gestos de Isidoro en Diego, ni notar la dulzura y gran corazón de Cuqui. En cada uno de ellos, en Marcos, Javier, Pablo y Danielita seguirá viviendo Isidoro…
Nuestro gran Chilolo.