Luis Porras
Director Creativo Asociado
LaFábrica&JotaBeQu Grey
En esta, a veces noble, profesión a la que nos dedicamos (Publicidad, para el ávido lector que desconozca esta columna), es mal visto “ser junior”, es decir; “un iniciado, un neófito, un demonio de categoría baja”.
Mal visto porque se supone que debes saberlo todo y sí, deberías porque hoy tenemos acceso al mundo y las excusas del pasado deberían ser solo eso: excusas.
Sin embargo, hay algo que envidiarle a un junior y es la capacidad de asombro. Esa habilidad de saberse nuevo, de embarcarse a descubrir el mundo como un astronauta que llega a Neptuno. De salir a la calle y platicar con un extraño que le dé más vida a nuestra vida, de probar un jugo de cajita como si fuera la primera vez. De subirse a un bus y “pegarse más” porque “los asientos son de a tres”. De recordar que empezamos en esto porque nos apasionaba, porque nos hacía reír frenéticamente cada vez que llegábamos a una idea nivel ¡Eureka!, porque no nos veíamos trabajando en nada más.
Recuperar la voluntad de caminar por la calle y maravillarnos con un semáforo porque ahora tiene personitas dentro. De sonreír como idiotas porque nos acabamos de contar un buen chiste. De volver a decir “sería genial si…” y creer que el absurdo es posible.
En otras palabras, ser un junior eterno para reinventarnos cada día y alimentar nuestras ideas con asombro. Quebrar la máscara dura que ocasiona el estrés. Saltarnos la burocracia como si fuera cuerda o un avioncito sobre la banqueta. De volver a pensar en los otros como colegas que comparten una pasión y no en enemigos de una guerra sin cuartel.
Pensemos en una mesa de reuniones como si fuera una fogata y conversemos, no asando malvaviscos sino destapando cervezas. No contando cuentos, sino pensando en grande. Imaginemos que recién se inventó el sonido. Escuchemos nueva música, nuevos géneros, nuevas voces pero sobre todo, la del junior que llevamos dentro y deberíamos sacar a jugar más. Mucho más.